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martes, 11 de septiembre de 2012

De vuelta


Desde el pequeño parque más recóndito del pueblo, me senté para ver las montañas con la cálida luz del breve atardecer. La brisa traía hasta mí el aroma del verde manto salpicado por las pequeñas luces de unos minúsculos coches que, tímidamente, serpenteaban en la parte baja de la montaña. Más cerca, se intuía el río  y el valle con sus tierras cultivadas. Justo enfrente de mí, bajo el barranco, podía apreciar el murmullo de las hojas siendo mecidas, del pequeño bosque de eucaliptos que custodiaba un viejo camino hacia los cortijos. De ellos venía el sonido de los perros defendiendo las fincas y de las aves que cruzaban el cielo.

Me senté en ese banco junto al silencio roto por mis pensamientos y sonreí en mi interior, porque era la primera vez en mucho tiempo, que ese lugar no me traía nostalgia, tristeza ni malos recuerdos. Sólo me transmitía paz.

1 comentario:

Verónica Calvo dijo...

Me parece que hay una gran reconciliación.
Y eso siempre está muy bien.
Me gustaría tanto ver tus ojos, negra...

Ya volví.
Ya te escribiré.

Besos