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viernes, 13 de julio de 2007

CARTA A TODOS MIS SERES QUERIDOS


A punto de ser parte de este mundo, de solidificar una estirpe abrumada por el movimiento, allí dentro sólo navega la calma en ríos de vida, allí... Calma anhelada hasta el último de nuestros días; calma cedida como seña de respeto y santuario; calma, como ofrenda imprescindible a la sangre y a sus átomos; calma, como cuna del mundo y perfil del Universo. Calma.





No hay nada más triste que los ojos de alguien que se siente atrapado. Lamentablemente llega el día en el que nos damos cuenta de que lo que menos coarta a la libertad son los muros de cemento y hormigón o las verjas de alambre electrificadas...







Aparentemente podemos burlar los insultos y los ataques de la gente que, al igual que nosotros, está buscando su lugar en el mundo. Aparentemente podemos madurar al ignorarles y alcanzar entonces, valores mayores de felicidad. Aparentemente podemos crecer sin dejarnos influir por ellos en nuestra parcela imaginaria, privada y única. Seguramente pasen muchos años para ver los primeros frutos de nuestras obras menores y muy probablemente será entonces, cuando echemos un vistazo atrás y sonriamos al recordar que ellos se interpusieron de algún modo entre nosotros y nuestro éxito y que, finalmente, les vencimos. En nuestro afán de superación es muy probable que lleguemos a viejos con la satisfacción de ver que todos los malos tragos pasados, del dolor, de la soledad, del abandono, de la pérdida, de la añoranza, del desconcierto, de las dudas, de las luchas, de las trampas, de las caídas y del terrible esfuerzo al alzarse en pie de nuevo y caminar malherido; quedarán marcados bajo la firma de la voluntad individual, inquebrantable y única, porque nosotros elegimos entrar, trabajar y salir de ellos a través de nuestros actos y decisiones personales. O al menos, eso creeremos entonces. Aparentemente y ante los ojos de todos y de nosotros mismos, así habrá sido.


Aparentemente un árbol siempre crece hacia el sol sorteando cualquier obstáculo que se interponga en su camino vital. Aparentemente una vez adulto es firme y robusto, recto, perpendicular al suelo y parece ser respetado por todo lo que compone su espacio vital. Se puede ver y admirar desde lejos, es majestuoso y se puede tocar. Su sombra es agradecida, tanto, que a veces olvidamos mirar en lo más alto de su copa para comprobar que siga recta, inquebrantable. Es muy frecuente que no sepamos qué criaturas conviven entre sus ramas ni si les hace bien o mal al árbol. De tanto sentarnos a su sombra, más tarde o más temprano olvidaremos mirar hacia arriba y llegará el día en el que no lo hagamos, ni ese, ni al siguiente, ni al otro, ni nunca más. Sólo veremos una parte de su tronco y su sombra. Ni sabremos cómo tiene las raíces ni cómo están sus ramas, si tiene parásitos o sólo criaturas que lo beneficien. Nada. Dejaremos al árbol, al fin de cuentas, sólo con sus cosas y tendremos la certeza y la confianza de que lo conocemos como si lo hubiéramos parido cuando en realidad, sólo estamos porque nos da sombra.


Un ser humano empieza a madurar cuando empieza a aprender a ignorar a los factores negativos que le atañen directamente a él desde su sociedad. Un ser humano demuestra su propio grado de madurez al ponerlo en práctica y obtener algún éxito y cuando esto se consigue, nuestro árbol personal comienza a torcerse y crecerá torcido.


La vida es un viento y nosotros, al nacer, árboles jóvenes perfectamente rectos y perpendiculares al suelo. Es inevitable torcerse en esta vida y lo haremos tanto para mal como para bien y nunca más seremos enmendados plenamente. Creceremos, y a nuestro juicio, lo haremos rectos, sin influenciarnos por los demás. Llegaremos a viejos y en nuestro lecho de muerte moriremos confiados de haber alcanzado, tras tanta lucha, nuestra propia libertad. Moriremos y nuestro árbol lo hará con nosotros, y a su paso, dejará vidas y agujeros en sus ramas y raíces y pasará el tiempo hasta que se caigan sus hojas y parte de la vida que lo habita haya desaparecido, porque entonces sólo quedarán los insectos y algunas aves y pequeños mamíferos o reptiles habitando en sus huecos. Habrá pasado mucho desde nuestra muerte y la suya y quizás será entonces, cuando el último ser humano que aún se sentaba a su sombra, se valla.


La mayoría de nosotros seremos olvidados, esa es la cruda realidad. Para algunos privilegiados, su recuerdo traspasará décadas y hasta puede que generaciones y para todos aquellos que se sienten a su sombra, ésta será bella y su árbol muerto, será recto, enorme, robusto, repleto de vida, hermoso y triunfador. Porque supuestamente, los árboles crecen rectos hacia el cielo... Sólo unos pocos escépticos se atreverán a mirar hacia arriba y a trepar por sus ramas. Ellos serán los que se aproximen más a la verdadera forma del árbol. El resto, la inmensa mayoría, se limitará a satisfacer sus propias necesidades acogidos bajo la sombra del gigante. Para ellos, el árbol siempre fue, es y será recto y todo aquello que pudo tener en su momento sólo podrá suponerse porque, para ellos, no quedarán pruebas concluyentes del pasado más personal en él. Aparentemente nada más que sentarse a su sombra queda por hacer.


Aparentemente todos los árboles crecen rectos hacia arriba. Aparentemente nos enseñan a ser libres ignorando las voluntades negativas de los demás. Aparentemente nos basamos en nuestra propia experiencia y sabiduría para tomar decisiones. Increíblemente, olvidamos que la experiencia y la sabiduría se adquieren por influencia externa, esa misma que afirmamos ignorar durante toda nuestra vida. Por lo que, aparentemente, somos árboles torcidos. ...Aparentemente...




No nos enseñan a decir adiós. Siempre dejamos para más tarde frases simples y llanas que nos cuestan decir. Verdades rotundas que en un yo a tú se convierten en universales.


Las despedidas siempre te dejan con un nudo en la garganta y, aunque dolorosas, son de agradecer, porque eres consciente de que, durante ellas, estás en un buen momento para decirle a esa persona las palabras que siempre das por dichas y que nunca son pronunciadas.


A veces las despedidas no llegan jamás y la desolación que arrastra el tiempo finito repentinamente concluido, es tan inmenso, que una parte de ti se acartona, componiendo el cartel roído y a medio colgar de la verja que guarda los mejores momentos vividos con la persona ausente y en él se lee la terrible palabra “clausurado”. Ahí comprendes que el libro se ha acabado y que ya no podrás volver a escribir una nueva página.


Mirando esta foto, su señal me trae directamente a la cabeza la palabra “listo”. El que puso el cartel tuvo que devanarse los sesos para indicar que se acababa el camino. Luego, al mirar lo estático de las olas percibí la calma y allá al fondo, junto al atardecer, la esperanza. Creo que esta foto podría valer para simbolizar el principio del fin. Tú eres un viajero empedernido, llevas mucho tiempo caminando y al fin, has llegado, al final. Ahí concluye tu etapa, tu vida. El cartel brilla, se refleja la luz, ¿no te da algo de miedo? ¿Y ahora qué? Sería un tremendo error contemplar sólo el cartel, al fin de cuentas, no es más que una señal del camino. No muerde, así que deja de temblar. Levanta la vista, mira, allí está el mar, está sereno, paciente, parece que diga “vamos, ven. Te he estado esperando” ¿y al fondo? ¿Puedes ver el horizonte? ¿No se está escondiendo el sol tras él? Sí, se va a hacer de noche. Se va a hacer de noche y tú acabas de llegar al final del camino. ¿No te asusta? Pronto se hará de noche y hará frío. Estás cansado y abrumado, has llegado solo y parece no haber nadie cerca. ¿Quién y cómo te protegerá del peligro? ¿Por qué tienes ahora ese deseo tan profundo de que alguien te acompañe cuando llevas toda la vida andando solo? Ya, ya sé que los veías todo el tiempo, que desde tu sendero al suyo se pasaban buenas tardes de charla a distancia pero mira, ¿no decías ayer que ya no podías divisarles? Ellos aun no han llegado y les queda tiempo, pero tranquilo, lo harán. Recuerda que andamos el mismo camino pero desde senderos diferentes, al final, ellos también verán el cartel. Empieza a refrescar, será mejor que te cubras un poco. ¿Ves qué hermoso es el atardecer? Pero, ¿por qué estás llorando? Éste es tu momento, deberías disfrutarlo. No quieres que se apague la luz pero ¡mira! Estamos en la playa, lejos de la ciudad ¡pronto verás las estrellas! Ah, que es la luz del sol la que no quieres dejar de ver... Pero, ¿no te enseñaron en el colegio que la Tierra era redonda? ¡El sol volverá a salir mañana! Claro, que ya no será para ti. No me mires así, es la verdad. Dime, ¿qué piensas hacer con tu equipaje? Si quieres alcanzar al sol tendrás que dejarlo aquí o te hundirás. Sí, debes nadar, ahora te toca mirar al otro lado de ese horizonte, pero con todo esto, no llegarás muy lejos y no creo que hayas venido hasta aquí para nada. Les has tomado cariño, eh. Mira, te confío un secreto, absolutamente todo lo que guardas en tu mochila estará en tu alma para siempre. Claro que el peso, será distinto. Tu cuerpo estará más descansado, listo para cargar con cosas nuevas en tu próximo viaje. Sí, has oído bien, tu próximo viaje. Por eso has de nadar hacia el horizonte, cuando lo cruces pisarás tierra y para entonces, me habrás olvidado. Sí, no puedes empezar un camino inexplorado cuando ya sabes hasta dónde te va a llevar. Lo olvidarás todo, tu cerebro y tu cuerpo físicos lo olvidarán todo, pero no lo hará tu alma, que será la única que no cambie nunca, así que si le has tomado cariño a tu cara, vete despidiendo, ella se queda aquí, entre las olas. No te aconsejo que te metas en el agua con ropa, se te pegaría y te entorpecería el paso. Cuidado con la primera zambullida, está muy fría. Pero, ¿qué te reconcome por dentro? ¿Qué no me has contado? Ah, estás arrepentido de cosas que no debiste hacer... Bueno, eso es lo que importa, yo no estoy aquí para juzgarte, aquí nadie te juzga. Al contrario de lo que te han enseñado, tú eres el único juez capaz de sentenciar tu vida. Por eso no hay un bote esperándote en la playa, para que nades entre sus frías aguas, que son las únicas que pueden sacar a la luz todas tus acciones y ordenarlas para que, una a una, tú las juzgues mientras nadas y comprobar si eres capaz o no de perdonarte. ¿Crees que será fácil? Te equivocas. Es la prueba más difícil de todas. En el agua, nada ni nadie te protege de tus demonios y si no tienes cuidado, podrías ahogarte o lo que es peor, volverte loco, volverte loco y perder el horizonte y la playa y ese sí que sería tu fin. ¿Estás preparado para entrar? No, lo siento, debiste despedirte antes, ahora no hay vuelta atrás. ¿Si van a venir? Tu sol se irá antes de que ellos lleguen y sin tu sol no habrá horizonte y sin horizonte sólo te quedará sentarte aquí y esperar a nadie, porque este cartel es exclusivo para ti, hay uno idéntico al final de cada sendero, pero no este mismo, ¿lo comprendes? Te veo demasiado triste, toma, coge este palo, quiero que escribas en la arena todo aquello que quieres decirles y la brisa, cuando borre tus palabras, las llevará en un soplo a cada sendero de las personas en las que has pensado y se las dirá, te lo prometo. Y ahora vete, metete en el agua y nada. No puedo asegurarte que en tu próxima vida les vuelvas a ver pero si os necesitáis, os encontraréis, bajo otro nombre y otro aspecto, en otro lugar, pero os encontrareis, confía en mí. ¿Cómo os reconoceréis? Vuestra alma os lo dirá. En ella pesa todo lo bueno y lo malo de ésta y todas las vidas que habéis andado y tiene más paciencia que tú, ella sabe esperar. Hazle caso, porque es sabia. Recuerda que al final del sendero nadie nos asegura que nos encontremos. ¿Qué será lo que pese más para esperar al otro lado? ¿Lo bueno o lo malo?


Sonríeme porque no soporto verte triste.

Siempre me dijeron que al vagar por las calles mi rostro reflejaba enfado y tristeza. Tú me conoces bien y sabes que eso es difícil en mí.

Sonríe, que me eres preciado y así yo te lo recuerdo. Eres precioso y yo me siento plena a tu lado.

Sonríe, porque yo olvidé cómo hacerlo y tú me enseñaste.

Sonríe, porque sólo cuando lo haces mi día encuentra sentido.

Sonríe, porque estamos vivos y respiramos el mismo aire.

Y si tengo que agarrarte el rostro y dibujar con mis dedos tu sonrisa, verás que mi cara es la de una niña que intenta arreglar el mundo dando lo único que en la infancia se puede dar: amor.

Sonríe con la cara con la que has nacido y deja que contemple lo bello que eres. Tú eres bello porque bello es lo que vive bajo tu piel.

Sonríe, que la vida al fin nos ha presentado y sin previo aviso, nos a abierto en canal para encerrar entre nuestros huesos la sonrisa pura y sincera del otro.

Sonríe, ya que al fin he venido para no dejarte solo.

Y sonríeme, al fin de cuentas, porque nunca en la vida soportaré verte triste.

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