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martes, 13 de febrero de 2007

Aquella tarde sus manos eran la tierra estéril por la que meses antes habían andado con un viejo mapa arrugado y una mochila a la espalda. Hoy no sentía el peso del sudor resbalar por su frente ni el llanto desconsolado de Nataxa al comprender que sus suelas desgastadas no aguantarían siete meses más perdidos en aquél inhóspito lugar, tan lejos del amparo de todos.
Ingrid suspiraba y se acariciaba las manos des quebrajadas. Miraba por la ventana inquieta, como si alguien esperado fuera a llegar de un momento a otro, ese alguien que siempre le fastidiaba tanto la vida con sus ridículos comentarios, ese alguien que siempre llegaba tarde y jamás se disculpaba ni excusaba, ese ser entrometido que juzgaba nada más conocer a alguien, estúpido, holgazán, irritante... el mismo hombre que la volvía loca. Ingrid se odiaba a sí misma por sus sentimientos. Le parecía increíble, llevaba más de cincuenta años quejándose de sus olvidos, de sus manías, de su incongruencia al contar relatos supuestamente vividos por él... ella sabía que le mentía. Lo hacía constantemente. Lo hizo el mismo día en que la conoció al decirle que era la mujer más insoportable que se había cruzado en su camino, siempre hablando de derechos, de igualdad, de prosperidad... cuando lo único que tenía que hacer era casarse y cuidar de la familia y la casa. Él la admiraba por eso. Mentía al decirle que no la amaba por tener principios y no dejar que ni él ni nadie pasase por encima de ni uno solo de ellos... Mentía al decirle que no le tenía envidia por tener ella la fuerza y el coraje de enfrentarse a una sociedad. E Ingrid lo sabía, lo sabía todo. Sabía que el gilipollas que le gritaba e insultaba mentía. Sabía que lo hacía por puro miedo... Y se lo perdonó, se lo perdonó todo y jamás dijo a nadie ni una sola palabra, ellos se entendían con los ojos. Era duro verles decir una cosa por la boca y otra por los labios, pero así eran ellos, extraños. En aquella época, un matrimonio normal y corriente. Él le era infiel cada noche y ella, fiel hasta la muerte en la cocina... Al menos, eso creían sus vecinos.
Dentro de las paredes de una casa la vida transcurre con relativa normalidad. Aunque antes habría que definir el significado de la palabra "normalidad" dentro de cada casa. Para esta aparentemente normal pareja, la vida consistía en que él se marchara al trabajo, de vuelta por la taberna, trompa para llegar a casa, vuelta a beber por la tarde y a la casa de mujeres por la noche; mientras que para ella consistía en limpiar la casa, comprar en el mercado, cuidar de los hijos y contarle las desgracias del hogar a sus vecinas. Pero Ingrid no tenía hijos y no era muy amiga de contar intimidades. Ella era conocida como la "rara del barrio". Una mujer insociable de la que nadie sabía apenas nada. En realidad, Ingrid era una mujer adelantada a su tiempo y más inteligente de lo que su propio esposo imaginaba. Ella cambiaría el curso de ese pequeño pueblo y sus costumbres y todo comenzó con la idea de un viaje. Estaba harta de resignarse a las infidelidades y caídas de su marido, a las críticas de sus vecinos, a sentirse sola y abandonada, menospreciada, discriminada. Estaba decidida a cambiar el rumbo de su vida y de la que la rodeaba también y todo empezaría esa misma noche, justo antes de salir el sol.

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