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viernes, 21 de febrero de 2014

Shhh....


Quisiera cerrar los ojos y dejar de escuchar todo este ruido. Quisiera, sin ir más lejos, arrancar este estúpido corazón que patalea en mi pecho. Quisiera agarrarlo con las manos desnudas y clavar en sus ojos, mi mirada fría y desafiante, hasta que se quede quieto, callado. Quisiera, sin importarme lo más mínimo, arrojarlo al mar...

He vagado en silencio por las dunas de la derrota. Te he visto morir encaramado al cadáver de tu propia felicidad. Me he visto palidecer en una ingravidez abrumadora; sobrevolando los despojos de mi propia miseria... Sin ruido al que abrazar ni estrellas a las que llorar... Y ante todo este temido silencio...

Entiendo que lo difícil todavía está por venir. Entiendo que la felicidad es caprichosa. Que tú no existes, que yo, jamás nací...

Me acontecen las horas como hojas que caen del árbol marchito. Mastico esta falsa calma que retumba cada vez más en mi pecho (y no, esta vez no es el corazón – se ahogó). Día a día me visto con el mismo abrigo, sopesando los pros y los contras de esta primavera que no regresa. De esta primavera culpable de que yo, ahora, rebañe lo poco que me quedó de ti; como buscando un arco iris que no existe... Una promesa gris de hielo y sombras, de mentira y crueldad... Me pregunto si tus manos también están hechas de hueso o sólo de pútrida esperanza. Y si algún día, brillará el sol para mí... Pero no hay tiempo para lamentos, las calles retumban de nuevo.

Desciendo, poco a poco y en silencio, mientras el ruido lo abarca todo con una simetría espeluznante. No importa lo bajo que huya, los ecos siempre me encuentran... Pero nunca me alcanzarán.

De día y de noche, dudo que alguien pueda contemplar el abismo que habita dentro de mis ojos, que salte a través de él... Dudo que entienda nadie, por qué termina este silencio con gestos desagradables, por qué desluzco – a dónde voy-. Dudo, al fin de cuentas, que sea real y lógico, este sentimiento sombrío que me hiela el pecho, que muerde. Que apresa en sus fauces cualquier sentimiento de abandono. Que ahonda, hambriento de latidos, los recovecos de éste, mi vacío esqueleto; desde el mísero día en el les dí de comer a los peces, mi escandaloso corazón.  

2 comentarios:

Verónica Calvo dijo...

Toda huida es inútil, por mucha armadura que calcemos.

A veces quisiéramos lanzar el corazón lejos, pero es una brújula.
Para bien y para mal, el corazón va a su bola y nos lanza, en latidos, grandes verdades.

Besos Pilix,muchos

Alexis dijo...

Imaginaba algo más alegre... Es bonito, pero triste...