Me quedé temblando al
sentir esos ojos de vidrio clavándose en mi alma. Negros,
brillantes. Parecían ser dos prismas devolviendo oscuridad y
tinieblas hacia mí. Sentí el agobio asfixiante de sus plumas
abrazándome. Imposibilitando mis movimientos, atándome junto
aquello que más odio y venero. Aquello que hace tanto ya, me fue
arrebatado...
Abrí la boca para gritar
y sus garras me atragantaron. Sólo pude echar mano del arma que
escondía en mi pantalón. Con la yema de los dedos, apreté el
gatillo intentando apuntar lejos de mi carne. Con su estallido,
aquellos ojos de vidrio, se quebraron. Sentí cómo las plumas caían
a mi alrededor como pétalos marchitos. Sentí el crujir de los
huesos y el calor de la sangre al empaparme. Sentí su dolor y su
aullido quedó impreso en mi memoria, como un recuerdo antiguo en el
que era yo y no la bestia, la que moría a manos del gélido beso y
supe, supe en ese preciso instante, de la belleza muerta que estaba
ante mí. Del demonio y la bestia; de la flor y el hielo...
Me quedé un segundo a
solas con el cadáver de mi pesadilla. Arrodillada ante él.
Sintiendo lástima por él. Agarré su cabeza y la dejé en mi
regazo, acariciando aquello que más temí. Contemplando esos ojos de
vidrio rotos, tan oscuros y vacíos como mis noches perdidas.
Le
hablé al cadáver de mi pesadilla, a mi bestia erradicada. Despacio, cogí su cabeza
y le hablé, porque ya no era la niña que gritaba y se escondía.
Ahora él estaba muerto y yo quería su cabeza colgada en mi pared.
Quería no olvidar jamás el rostro de mi mayor pesadilla. Quería
que esos ojos negros siguiesen clavados en mi espalda. Quería
disfrutar del recuerdo asfixiante de sus plumas impidiendo mis
movimientos. Quería revivir sus garras atragantándome para que no
escapase. Quería recordar el sabor de su sangre y la oscuridad de
sus ojos... Entonces, miré mis manos manchadas y sonreí...
… Ha pasado el tiempo y
esa cabeza sigue ahí, colgada en mi pared, con sus ojos de vidrio quebrados, tan oscuros como impenetrables... Me recuerdan aquél día, lujurioso y lascivo, en el
que, lentamente, decapité a la bestia, con mis uñas...
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