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sábado, 18 de mayo de 2013

Ojos de vidrio



Me quedé temblando al sentir esos ojos de vidrio clavándose en mi alma. Negros, brillantes. Parecían ser dos prismas devolviendo oscuridad y tinieblas hacia mí. Sentí el agobio asfixiante de sus plumas abrazándome. Imposibilitando mis movimientos, atándome junto aquello que más odio y venero. Aquello que hace tanto ya, me fue arrebatado...

Abrí la boca para gritar y sus garras me atragantaron. Sólo pude echar mano del arma que escondía en mi pantalón. Con la yema de los dedos, apreté el gatillo intentando apuntar lejos de mi carne. Con su estallido, aquellos ojos de vidrio, se quebraron. Sentí cómo las plumas caían a mi alrededor como pétalos marchitos. Sentí el crujir de los huesos y el calor de la sangre al empaparme. Sentí su dolor y su aullido quedó impreso en mi memoria, como un recuerdo antiguo en el que era yo y no la bestia, la que moría a manos del gélido beso y supe, supe en ese preciso instante, de la belleza muerta que estaba ante mí. Del demonio y la bestia; de la flor y el hielo...

Me quedé un segundo a solas con el cadáver de mi pesadilla. Arrodillada ante él. Sintiendo lástima por él. Agarré su cabeza y la dejé en mi regazo, acariciando aquello que más temí. Contemplando esos ojos de vidrio rotos, tan oscuros y vacíos como mis noches perdidas. 

Le hablé al cadáver de mi pesadilla, a mi bestia erradicada. Despacio, cogí su cabeza y le hablé, porque ya no era la niña que gritaba y se escondía. Ahora él estaba muerto y yo quería su cabeza colgada en mi pared. Quería no olvidar jamás el rostro de mi mayor pesadilla. Quería que esos ojos negros siguiesen clavados en mi espalda. Quería disfrutar del recuerdo asfixiante de sus plumas impidiendo mis movimientos. Quería revivir sus garras atragantándome para que no escapase. Quería recordar el sabor de su sangre y la oscuridad de sus ojos... Entonces, miré mis manos manchadas y sonreí...

… Ha pasado el tiempo y esa cabeza sigue ahí, colgada en mi pared, con sus ojos de vidrio quebrados, tan oscuros como impenetrables... Me recuerdan aquél día, lujurioso y lascivo, en el que, lentamente, decapité a la bestia, con mis uñas...

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