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miércoles, 2 de junio de 2010

Libélula


Ni siquiera se dio cuenta de cuándo la dejaron en paz, pero al fin respiraba el silencio. La noche estaba realmente callada y ella no deseaba más que permanecer en ese estado de tranquilidad. Casi a oscuras, repasó con los dedos el lomo de los libros de la biblioteca, hasta que sus yemas dieron con el rugoso título del deseado. Encendió unas cuantas velas alrededor de la mesa, las suficientes para no cansar la vista y se sentó tranquila, para devorar su elección. No quería encender la luz, las sombras no eran más que el amante perfecto que tan bien la envolvía. Deseaba las sombras porque sólo estando con apenas luz, se sentía hermosa y sabía, que la culpa de este sentimiento la tenía su madre.

A Rosa le gustaba mucho aquél libro, a pesar de que apenas sabía leerlo. Pasaba varios minutos en la misma página, hasta conseguir que su voz fuera más ligera al pronunciar las palabras. Se envelasaba horas en las ilustraciones, que eran en blanco y negro. Soñaba con esos rostros y esos lugares. Le hubiera gustado tanto tener un amigo y viajar... Pero su vida estaba vacía. Encerrada en aquél caserón viejo, lejos de todo y de todos. Solía llorar de rabia cuando Madre no dejaba que la acompañase al pueblo. Ella decía que Rosa no era más que un estorbo y la pobre muchacha se sentía tremendamente desdichada, sola y rota, como si no formara parte de la familia.

La madre de Rosa no le permitía ir al colegio. Nunca pisó una escuela. Rosa tenía un profesor particular que la enseñaba a leer y a escribir, a sumar y a restar. Ahora, a sus dieciséis años, Rosa estaba aprendiendo a multiplicar, cosa que le costaba mucho, pero Marcos, su profesor, la animaba a intentarlo y Rosa lo hacía, porque alguien creía que podía hacerlo. Marcos era lo más parecido a un amigo que la muchacha tenía, aunque sabía que no lo era. Se sentía cómoda a su lado porque era el único que no se agobiaba cuando se atrancaba con las palabras. Además, él se preocupaba por su estado de ánimo. Conocía a Madre, sabía lo autoritaria y estricta que era. Sabía también, lo mucho que despreciaba a su propia hija y fue testigo, en innumerables ocasiones, de las recriminaciones que volaban como ostias sobre Rosa. Marcos aceptó permanecer con el trabajo por la muchacha. Madre ya lo había echado varias veces, cada vez que éste defendía a la chica. Sentía una gigantesca lástima hacia ella, sabía lo infeliz que era y sabía que Madre no la quería, nunca lo hizo.

Un día, Marcos le sugirió a Madre que diera a Rosa en adopción y ella le contestó que entonces ya no cobraría la minusvalía de su hija. Estaba claro, Rosa era un rehén. Madre no la veía como a una hija, sino como a una fuente de ingresos. El dinero que cobraba lo empleaba más en sí misma que en las necesidades de su hija. Usaba lo justo y necesario para pagar las clases de Marcos, los  medicamentos, la comida y cuando era muy necesario, algo de ropa. Madre era una persona esquiva, estúpida e insoportable. Repleta de defectos e inseguridades. Era tan infeliz consigo misma, que la única forma de reconstruir su ego era destrozando el de la persona más cercana. Su sola, triste y enferma hija. En toda su vida, Madre nunca le dedicó palabras amables. Lo cierto es que apenas le dirigía la palabra, salvo en las ocasiones en las que hundía su frágil mundo un poco más en la miseria.

Madre, incapaz de superar el pasado, siempre le echaba la culpa por el abandono de su padre, cuando Rosa nació. Él era un prestigioso hombre de negocios al que sólo le importaba su buena imagen. Se desentendió de su mujer y su hijas, hasta que las pruebas de paternidad lo obligaron a pagarle una  manutención  a Rosa. La niña jamás conoció a su padre y gracias a Madre, se sentía culpable de existir, culpable de sólo traer al mundo, tragedia y soledad. Tanta desgraciada sólo traían angustias y corrompían su frágil cuerpo y Marcos se sentía tan inútil de verlo y no poder hacer nada...

El profesor aprovechaba cada minuto en el que Madre no estaba en casa, para bajar a Rosa y a su silla de ruedas al jardín. Allí la hacía tocar las plantas, ver las mariposas y escuchar a los pájaros. Siempre traía un blog de dibujo y muchos lápices de colores y le pedía a Rosa que dibujara lo que más le gustase de todo lo que veía. Ella siempre dibujaba libélulas, le fascinaban. Solía señalar la fuente para que Marcos la acercase a ver las libélulas que revoloteaban por encima del agua. Entonces, Marcos le leía cuentos de hadas mientras Rosa mojaba sus dedos en la fuente y reía. Era una de las pocas veces en las que Rosa se sentía feliz. 

Nunca fue buena con las palabras. Rosa jamás supo defenderse y al llorar, nunca obtuvo el consuelo de sus seres queridos, ni siquiera, palabras de alivio. Llegó a los dieciséis años apestando el agrio hedor del desprecio y sepultada por palabras asesinas. Las mismas que taladraban su frágil corazón y le hacían sentirse peor que el lodo y la mierda mezclados. Llegó a los dieciséis años y en ellos se quedó.

Una noche de otoño Rosa ya no supo aguantar más. Habían pasado las diez y media. Madre estaba abajo, en el salón, agarrando una copa de coñac y escupiendo una canción de Fran Sinatrarecriminarle la horrorosa vida que le estaba dando. Sin ninguna muestra de compasión, bondad o amor, le recordó que estaba sola en el mundo, que nadie la quería y Rosa no supo más que llorar. Madre odiaba su llanto entrecortado. Apretó los dientes y estrelló la copa de coñac en la pared que tenía enfrente. Después señaló a su hija y le dijo:

- Ni siquiera vales para llorar.

Se giró y salió por la puerta dando un portazo. Aquella fue la última noche que Rosa lloró.

A la mañana siguiente, Madre estaba durmiendo la borrachera a pierna suelta. Rosa se subió en su silla de ruedas, se acercó a la puerta del dormitorio de Madre, para comprobar que aun dormía y se dirigió después, al cuarto de baño. Faltaba una hora para que Marcos llegase. Se aseó, abrió el estuche de las pinturas de Madre, el que ella no podía tocar y le cogió prestado el lápiz de labios rojo. Luego colocó el estuche donde estaba y regresó al dormitorio para ponerse el mejor vestido que tenía. Era de color verde con estampados de flores blancas. No era precisamente un vestido bonito, ni tampoco le quedaba del todo bien, pero entre todo lo que tenía, era el más bonito y el más deslumbrante. El único que le hacía sentir como si fuera una chica bonita, aunque sólo fuera un poquito. Luego se peinó con cuidado en el tocador y se puso unas horquillas con forma de libélulas de colores verde y azul. Tomó el lápiz de labios y lo contempló delante del espejo, como si se tratase de un tesoro. Luego se pintó los labios torpemente y devolvió su tesoro al lugar donde estaba.

El timbre sonó mientras Rosa aun estaba en el baño. Como siempre, la puerta de atrás estaba abierta, así que Marcos entró por allí tras llamar tres veces y ver que nadie le abría. Subió a la habitación de Rosa y la saludó como siempre: con una expresión de felicidad impresa en la cara. Se fijó en el vestido, las horquillas y en el rojo de sus labios y expresó lo guapa que la veía. Eso la sonrojó. Marcos la cogió en brazos y la bajó a la cocina para servirle el desayuno. A continuación, regresó a por la silla y se quedó con Rosa hablándole sobre las fiestas del pueblo, que se acercaban.

Rosa estaba más callada de lo habitual. Mientras Marcos subía a por la silla, Rosa se  había quitado una horquilla y la había escondido debajo de una servilleta. Después de desayunar, le pidió a Marcos que la llevase a la fuente antes de empezar con las clases y él accedió. Allí, con los dedos metidos en el agua, le dijo que había perdido una horquilla en la cocina y que si podía traérsela. Marcos fue a la parte de atrás  del caserón para poder entrar y Rosa, aprovechó el momento para tirarse al agua. En ese momento, Madre despertó y bajó las escaleras. Encontró a Marcos y le regañó por no haber empezado con las clases. La discusión empezó a caldearse y para cuando Marcos regresó a la fuente, la silla estaba vacía y la niña, bajo el agua. Varias libélulas sobrevolaban la fuente. El agua tenía un suave tono a carmín. Marcos corrió, sacó a la chica e intentó reanimarla. Pero todo fue inútil. Lloró y gritó pidiendo una ambulancia. Madre salió con una nueva copa de coñac al escuchar el escándalo. Su expresión no cambió ni un ápice al contemplar la catástrofe. Desde la misma puerta principal, que ella había abierto, preguntó:

- ¿Está muerta?

Entre sollozos afirmó con la cabeza y le pidió que llamara a una ambulancia. Madre levantó una ceja y respondió:

- Como usted tan bien me dice, "por una vez que se le da bien hacer algo es mejor no estropeárselo". ¿No cree?

Marcos la contempló horrorizado y se levantó deprisa para correr al interior de la casa en busca del teléfono. En ese momento, Madre le dijo:

- Ya no te necesito. Estás despedido.

Se metió en la casa y cerró la puerta con llave. Marcos volvió su mirada envuelta en lágrimas hacia la niña. Había tres libérulas posadas en su vestido, como si hubieran confundido sus flores blancas con flores de verdad. Marcos se metió la mano en el bolsillo y sacó la horquilla. Ahora sabía que Rosa lo había decidido así. Ella sabía que Madre jamás la ayudaría, jamás lloraría y jamás la querría. Si quería ponerle fin a tanto sufrimiento, sólo podía ayudarse de la única persona que tenía y él jamás hubiera accedido a ayudarla. Así que sólo podía engañarlo.

Marcos se acercó para darle un beso en la mejilla, volvió a guardarse la horquilla en el bolsillo y se despidió, dándose cuenta de que sus lágrimas, eran las únicas que se derramarían por ella. Su rostro estaba azulado  y sus labios aun guardaban un poco de carmín. Mantenía una expresión de paz que Marcos nunca le había visto antes. Al fin, Rosa era libre. 

Imagen: Jesica Galindez

3 comentarios:

Megapili dijo...

Empecé a escribir esto el 9 de abril. Se nota que lo he tenido abandonaillo xDD

ya tenía que hacerlo de una vez. Lo he leído un par de veces, me parece pssss... algo pasable, mediocre, pero ya hay q colgarla y terminar lo empezado. ^^

Anónimo dijo...

Se nota que lo escribes por escribir, y lo terminas por terminar. Si ser escritora es tu sueño haces bien en luchar por eso, pero no debieras sacar al escaparate tu obra antes de pasar por un taller de literatura.
Por cosas como éstas hay quien sugiere que los blogeros debieran pagar por tener sus páginas.
No es personal, solo un buen consejo, supongo que prefieres la sinceridad

Megapili dijo...

Jajajaja, gracias hombre! (o mujer) me hubiera gustado que dejases alguna pista para poder dirigirme a ti correctamente ^^

Me alegra que hayas sido capaz de leerlo hasta el final y de que te hayan quedado fuerzas para contestar, o estabas muy aburrid@ o me venías buscando de otra parte por algun comentario que se me ocurrió soltar xDD (es broma)

Nunca he dicho que mi sueño sea ser escritora y si es cierto lo que dices de que quieren que los bloggeros paguemos por escribir, me parece que, primero, eso iría en contra de la libertad de expresión y que además, si se diera el caso, internet estaría lleno, no sólo de buenas obras, sino también de prepotencia, de falta de humildad y de incomprensión hacia el resto de las personas que dedicamos nuestro tiempo libre a hacer algo que nos gusta, lo hagamos peor o mejor que otras personas.

Me gusta tu sinceridad, yo he sido la primera en comentar que el texto es una chapuza pero que no quería eliminarlo ni tenerlo como un borrador, bueno, por algo este es mi espacio y puedo hacer lo que quiera con él siempre y cuando no insulte ni hiera a nadie ¿no? (Ahora es cuando se escucha la replica de que mi texto es hiriente. Hiriente no, de mal gusto puede, pero como ya te he dicho, escribo por placer y sé de sobra que me falta mucho para escribir algo bueno, si llego a escribirlo alguna vez en mi vida.)

Me gustaría que, para la próxima vez, dejases un nombre o seudónimo para saber a quién dirigirme y que la conversación sea más cercana. Al fin de cuentas, las críticas siempre son bienvenidas y constructivas, por lo que eres bienvenid@ a mi blog siempre que quieras.

Un abrazo y espero que si regresas, no sea una tortura para ti y que pueda dibujarte alguna sonrisa de vez en cuando.

Atte.
Megapili