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domingo, 1 de febrero de 2009

Ruido


Cruje la madera bajo mis pies y el frío araña los sembrantes de trigo. Allá a lo lejos, en el horizonte, ya ondea la bruma y las heladas que destellan desde las cumbres parecen acordarse de mí. Me estremezco. Dejo de atormentar a mis nudillos y les sonrío a los dedos de mis pies descalzos. Soy afortunada. Pequeñas gotitas de lluvia se filtran por entre los tablones que cubren mi cabeza y escalofríos trepan por mi espalda cuando una de ellas consigue aferrarse a mi cuero cabelludo. Pero no me molesta, es más, me reconforta. Hace frío y estoy desnuda, pero recupero todas y cada una de mis vidas malgastadas brindándome tiempo a mí, a mi cuerpo, a mi espíritu.

La noche cae y con ella, las tinieblas inundan el valle. Siento un ruborizante temor al no poder esconderme del todo, pues mi caja de madera está incompleta. Empieza a haber mucho ruido, muchos lamentos, susurros, gritos, lloros... Voces que vienen y van sin orden ni sentido, que golpean mi caja y la hacen temblar. Escándalo que vulnerabiliza mi refugio, monstruos en la oscuridad... Hace frío y del frío sudor que recorre mi espalda, tiritan mis ideas. Dudo y soy castigada por mí y el ruido, por el frío y los fantasmas. Ya apenas logro escuchar mis pensamientos. Están mudos, petrificados en mi caja rota. Dudo y de mis dudas se cubre todo de una oscuridad impenetrable. Y en medio yo.

Preguntarse qué hora es es un esfuerzo inútil. Los segundos son décadas aquí dentro (y fuera). Aquí, entre oscuridad y ruido, me abrazo y tiemblo. Procuro pensar en alguna canción que ahuyente al miedo. Me abrazo a mis piernas y tarareo. Luego susurro. Finalmente grito. Pero mi voz se ahoga entre tanto ruido. No puedo negar que tengo miedo, no puedo negar que odio mi suerte. No puedo gritar porque si grito exploto y si exploto muero. Entonces... vino a mi mente ella y de ella un mensaje: hasta que el sol brille, enciende una vela en la oscuridad. Sin recaer en que allí no había velas ni fuego, una minúscula chispa brotó de la punta de mis dedos (porque no lo reflexioné). No quise preguntarme cómo y la llamita se fortaleció. Vino a mi mente el color de sus ojos profundos y el aroma de su sonrisa y el milagro se tomó en forma de llama. Recordé su voz durante sus confidencias y se volvió hoguera. Y de ahí levanté de nuevo mi refugio. Liberé sin quererlo, un pequeño gritito de asombro, pero éste se hizo enorme cuando descubrí, ante mí, a la desolación. Nada a mi alrededor. Nada, salvo mi pequeña caja de madera rota y una pequeña y serena parcela de valle de la cual, el centro, era yo. El demoledor silencio, me empequeñecía y me incomodaba aun más que el ruido de hacía sólo unos instantes antes. Ante la incomprensión, frío viento llevándose mis sentidos. No comprendo ¿y el ruido?

1 comentario:

Verónica Calvo dijo...

Me parece que en las cajas siempre hay alguna vela... basta serenarse un poco y palpar con fe hasta encontrarla... Es tiempo de buscar hogueras y acercarse a ellas para reponer fuerzas. Busco busco busco y no voy sola en la búsqueda. Me das fuego, negra???