Me equivoco al dirigir mis pensamientos hacia tu causa. Desconozco el momento en que me vi presa de mi propia voluntad. No sé qué habrías hecho tú si mi piel hubiese sido tu piel en aquél instante y al siguiente día, cuando nos hicimos árboles de adorar al cielo... Quizá mi propio seudo camino alternativo o una masturbación acelerada de despecho, hubieran sido alguna de tus respuestas. Quizá o nada. Desconozco en qué momento me supiste a gloria, a pútrida gloria... Cuando soslayé el significado de la palabra ingenuidad, a qué mal momento me instalé en lo que podríamos llamar, entre tú y yo, la alcoba. Pero no era una alcoba ¿verdad? Déjame decirte algo. Ni siquiera me molesto en que escuches o no, allá tú y tus circunstancias, de modo que evita el sarcasmo y la ironía o la retórica avanzada, jamás se te dio bien. Déjame decirte que no eres ni siquiera el viejo retrato de encima del televisor, no tengo nada de ti que quiera recordar. Así que baja de tu pedestal y recuerda dónde se encuentra tu reino, dónde tu reina y por qué ya no quedan siervos. Luego recuerda mis uñas porque habrán separado la carne del hueso de tu espalda. Te colgará porque esparcirla por el suelo será censurar la alcoba y eso no podré permitírmelo jamás. Sensiblerías a parte, ojalá te vuelvas por donde has venido para hundirte en tu cruz ya que jamás volveré a ser tu ancla. Derrocha el alcohol, enciende cerillas, nada de lo que asegures que podrás hacer en tal caso podrá sorprenderme y ten por seguro que nada cambiará mi decisión inquebrantable. Vas a morir solo, para mí ya has muerto en gélidad soledad y el cuerpo que está presente delante de mí con tu sombra sollozante, desprende un fétido olor a descomposición que eclipsa al resto de mis sentidos. Me da igual tu nombre, me da igual que hables, estoy ante un muerto. Vete sangrante que no llevaré flores a tu tumba a si me llevara la vida en ello. Desprecio tu existencia.