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viernes, 31 de octubre de 2008

Frío
Recuerdo que era media tarde. Ecos de pasos ligeros batallaban sin descanso contra voces de extraños que trepaban por la fachada del edificio y se colaban sutilmente por el balcón hasta deslizarse por debajo de la persiana y acariciar la cortina blanca que adorna mi estancia. Me hizo una reverencia fugaz y se marchó en mitad de una sonrisa torcida, permitiéndome ver así el perla de sus dientes de los que emanaba aquel gélido esplendor. La puerta entreabierta del armario, ropa amontonada en dos pilones rivales compitiendo por su verticalidad y yo, a un lado, admirando en silencio, aquél camino invisible que su sonrisa había dejado. Fueron sólo unos segundos. Después, volví en mí y le ordené a mi cabeza volver a mirar al frente. Entonces sentí su abrazo derritiéndose en mi espalda, abarcando mis brazos y acariciando mi cabello con el suyo. Cerré los ojos y me resigné a que al fin había llegado. No pude evitar soltar un pequeño suspiro de anhelo y él me giró y me miró sin comprenderlo. Asentí, porque jamás creí que sobreviviría para verle de nuevo y en mi ingenuidad él comprendió y me sostuvo de nuevo en sus brazos para regalarme luego, un beso en el cuello. Sé que se quedará algún tiempo y con este beso me ha garantizado que será importante. Vendrá conmigo allá a dónde vaya y es posible que a menudo me irrite, pero cuidará de mí y me recordará una y otra vez a quienes he de cuidar ahora.