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lunes, 9 de julio de 2012

Una mañana de domingo



Era temprano, el sol lanzaba sus cálidos rayos a través de los árboles, traspasando el cristal de la ventana hacia los ojos del durmiente, desperezándolo poco a poco, en una caricia sutil.

El día había comenzado como todos los domingos. Despertador desconectado, teléfono móvil en silencio y sin vibración. Cama deshecha, sábanas enredadas y la piel desnuda del joven brillando, por la acción de la luz sobre su palidez. La primera acción del día era la ducha de las 9 seguida del café con tostada de tomate y la música reagge. Era la mejor forma de empezar el día con buen humor.

Aquél día había decidido coger la bici y dar una vuelta por el campo hacia la Fuente de la Estrella. El día era despejado y corría una refrescante brisa que incitaba a la aventura. Pronto esta influencia se hizo palpable y cuando quiso darse cuenta, ya había llegado a su destino. Unos majestuosos olmos custodiaban la susodicha fuente. El murmullo de la vida se descolgaba de los árboles en forma de cantos de aves, ramitas y hojas meciéndose y el sonido del revoloteo de los insectos. Desde un pequeño muro, el muchacho podía ver la bajada de la colina, el dorado matiz de los campos cultivados, el blanco de los cortijos que se veían tan pequeños... Allí se sentía aliviado, lejos de todo. Allí no podía alcanzarle el trabajo, el penoso humor de Jaime, las críticas de Estefanía, la señora de la charcutería de la esquina y su afán en saber todo de todos... Allí se sentaba a escuchar el agua caer del caño y todo el ruido del tráfico y el bullicio, desaparecían con ella.

Prácticamente sin advertirlo, había llegado la hora de regresar a casa. Llenó su botella de agua, probó un sorbo del caño y echó un último vistazo al paisaje. Se colocó el casco y comenzó a descender con su bici. Sintió un poco de nostalgia al advertir que iban descendiendo el número de árboles conforme se aproximaba a la urbe. Como un trozo de granito, el ruido de los coches quebró la tranquilidad que se había acomodado en su espíritu. Le adelantó un coche viejo y del tubo de escape emanó una nube tóxica que nubló su vista y corrompió sus pulmones, "el beso de la ciudad!" pensó.

De nuevo en su pequeño ático, se asomó a la terraza y casi atisbaba a ver el lugar en el que había estado, pero allá a lo lejos, una nube de polvo y contaminación lo hacía bastante difícil... Guardó su bicicleta y entró en la ducha. Incluso desde allí podía oír el ruido del tráfico. ¡Qué inalcanzable le parecía ahora la tranquila fuente! Pronto sonó el teléfono, quizás demasiado pronto, aun no estaba ni vestido. El entusiasta de Fede ya quería quedar para tomar unas cervezas en el casco viejo. Parecía buen plan, a fin de cuentas, hasta el próximo domingo no volvería al campo y Fede era un buen chico con el que reírse. 

Encendió la minicadena, puso un cd de Platero y tú y se vistió. A los 20  minutos ya sonaba el portero, era Fede con dos amigos más. Quitó la música, cogió las llaves y bajó. La primera conversación de la tarde era casi obligatoria: ¿qué tal te ha ido con la bici?

1 comentario:

Verónica Calvo dijo...

Planeta cemento.
Eso será si seguimos así.

Besos negra, y un achuchón :D