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sábado, 31 de octubre de 2009

La muerte de los piratas


La noche de antes fue una metáfora de lo que pasaría al día siguiente. El gélido viento del norte vino de visita y en su brusca aparición, atormentó los sueños de la pequeña Ana, empujando una y otra vez las desnudas ramas del roble del jardín, contra una de las ventanas de la alcoba. Los golpes revivieron las peores pesadillas de la pequeña, que abrazada a su muñeca de trapo en la cama. Su padre no tardó en aparecer por la puerta para pedirle que se levantara. Eran las 4 de la mañana, su tren partiría en una hora.

Ana se puso su mejor vestido, guardó su muñeca de trapo en la maleta y cogió al Capitán Barbanegra para que la protegiese durante todo el trayecto. Era el único juguete que usaba durante los largos viajes de país en país. Además, se trataba un muñeco muy antiguo. El abuelo de Ana se lo había regalado a su padre cuando éste era sólo un niño y ahora, su padre se lo había regalado a ella. Era blandito y un poco más grande que su muñeca de trapo. Vestía como un auténtico pirata y ella, apasionada de las leyendas de estos bucaneros, se sentía orgullosa de haberlo heredado. Era su amuleto de protección para todos los viajes.

Ana y su padre siempre estaban viajando. Ella pensaba que era cosa de negocios el tener que mudarse de casa cada pocos meses o al menos, eso era lo que decía su padre. A la pequeña no le gustaba aquella vida y sabía que a su padre tampoco. Cuando los viajes comenzaron, Ana se opuso firmemente a las decisiones de su padre pero él no la escuchó. Ana era entonces muy pequeña y caprichosa. En el fondo de su corazón sabía que su padre tomaba aquellas decisiones en contra de su voluntad pero no entendía el por qué, hasta que en una ventosa noche, el frío hizo que Ana bajara al salón en busca de la manta de lana, que su abuela le había regalado un par de años antes. Allí, encontró a su padre hablando con un desconocido. Ana se escondió tras la puerta y les espió. Aquél hombre era muy grande, su padre parecía un enclenque a su lado y eso que Ana creía que su padre era el hombre más fuerte del mundo. Apenas les pudo escuchar, hablaban casi a susurros. Entonces, hubo una discusión en la que el tono se alzó tanto, que la pequeña casi rompe a llorar. De nuevo, susurros. Ana no entendía lo que estaba sucediendo delante de sus ojos. ¿Qué significa "terrorista" y por qué su padre lloraba agarrando el retrato de su difunta esposa? ¿Acaso mamá no murió en un accidente?

Las 4.30h. Hacía mucho frío en la estación de tren. Una espesa niebla no dejaba entrever nada más allá de unos pocos metros. Ana, asustada, abrazó con todas sus fuerzas al Capitán Barbanegra. Su padre la contempló con la mirada repleta de ternura, esa que sólo los padres regalan a sus hijos y la rodeó con el brazo para serenarla. Le dijo que nadie se ocultaba en la niebla y que ellos dos eran las únicas personas que estaban allí en la madrugada. Eso la tranquilizó un poco, aunque se hubiese sentido mucho más a salvo si en esa estación hubiese alguna cafetería en donde poder tomar un buen chocolate caliente con churros.

Todavía abrazaba con fuerza el muñeco, cuando su padre empezó a narrarle una vieja historia de piratas. Ana adoraba aquellas historias, le hacían olvidarse de absolutamente todo, incluso de sus pesadillas... Poco a poco comenzó a sentirse más relajada y a sonreír a la par que sus ojos se abrían como platos ante las increíbles aventuras del Capitán Barbanegra y sus secuaces.

"...y entonces, un gigantesco kraken emergió de las profundidades del océano con la intención de hundir el barco del Capitán Barbanegra y de comerse a todos y cada uno de sus tripulantes. Pero lo que no sabía este monstruo, era de la valentía y de la audacia del legendario capitán..."

A la par que se iba desarrollando la historia, algo maligno se acercaba amenazante, entre la niebla. Sin que padre e hija se percatasen, la silueta de una mujer emergió lentamente de la nada blanca y espesa. El padre de Ana, seguía narrando con aquél don tan suyo de crear ambientes fabulosos, cuando la pequeña alzó la vista hacia la inesperada silueta e interrumpió a su padre con la pregunta: papá, ¿no dijiste que aquí no había nadie? De repente, se oyó un disparo y el Capitán Barbanegra comenzó a sangrar a borbotones. Inmediatamente después, un segundo disparo para una segunda víctima: el padre de Ana caía agonizante al suelo, a los pies de su hija. La sangre salpicaba ropa, banco, pared y suelo. Nadie vendría a ayudarles en aquella madrugada.

La atacante se acercó un poco más a ellos y Ana pudo verle la cara. Era hermosa tenía la sonrisa más horrible que jamás había contemplado. Entonces, la pequeña comprendió el significado de tantos viajes. Miró a su padre, agradecida por el engaño y dijo: Querías protegerme. Siempre supe que eras tú el verdadero Capitán Barbanegra.

Ana cerró los ojos para siempre, a la par que su muñeco se deslizaba lento, desde su regazo hasta la espalda de su padre, para quedarse ahí tendido, ensangrentado y roto, simulando su propia muerte, como muertos injustamente estaban ya, los que fueron sus dueños.

Imagen: Bob Fisher

4 comentarios:

Nuria dijo...

Una historia muy impactante.

Megapili dijo...

Asias nuriiii ^^ tengo q leer más pero soy mu perraca... xDD

bxoo

Nuria dijo...

Igual lo que pasa es que yo también estoy perra para escribir, y por eso te he puesto este comentario tan breve. ;)

Megapili dijo...

jajajajajaja y q mas da??? al menos mas disho algo penca!!! jajajaja