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miércoles, 26 de noviembre de 2008

Ella
Ha amanecido en un abismo. El frío de la grieta se despereza, ha muerto la noche y en lugar de luz hay oscuridad. Morder las cicatrices de la grieta la hará más fuerte y más voraz. Nada escapará a su ojo, nadie sobrevivirá a su ira y de todos, los huesos, serán triturados en sus dientes...

Amanece en la grieta y se despereza la incógnita, ¿quién es la loca ahora? Demasiadas batallas, demasiados rotos y tanta oscuridad... Me hacen creer que no existe, que sólo es mi miedo, pero el miedo no es tan real como una presencia que vaga persiguiendo mi escarcha, bebiéndose mi fuente de vida, apagándome, una vez más...

Amanece y entre mi cansancio acumulado una sensación de angustia me aprieta la garganta. Destruye la poca cordura que me queda y en su fantasmagórica presencia, ella me sorprende. Reaparece ante mí como queriendo acallar los rumores dándole alimento a mis sospechas, envejeciendo su cordialidad a mi muerte, desmembrando las posibilidades de mi huida, aconteciendo que lo que hoy pase es motivo de desolación...

Amanece y en lo más hondo de la grieta gusanos retorciéndose apuran las sobras de los órganos en putrefacción que ella ha despreciado. Hedor, sonido a flujos corporales impregnando a rocas y verdugos, frío que cala los huesos, ecos de gritos ahogados en muerte y la despiada marca de su sonrisa diabólica en la mente de cada uno de los ocupantes de la grieta.

Amanece en el mundo exterior y ella se recosta a mi lado. Me observa con esos ojos penetrantes que acongojan mi habla y me muestra su sonrisa, como queriéndome decir que me dejará vivir un día más. Sin decir nada, porque ella apenas dice nada, me advierte con un gesto que ésto es confidencial y que nadie en el mundo me creerá si yo lo digo. Muerde mi espíritu y siento que mis fuerzas se desvanecen: ha comenzado la ceremonia. Poco a poco, voy perdiendo consciencia de mí y de mi entorno, me sumerjo en su embrujo hasta que despierto desnuda, barada en una orilla desierta, lejos de toda civilización. Me la ha vuelto a jugar... Para ella soy sólo su muñeca favorita de aniquilación. Sé que he matado a alguien. Por eso huyo hacia las rocas incapaz de expresar mi ira, mi inutilidad y mi sentimiento de culpa. Como era de esperar, ella escondió el frasco de cristal entre las rocas de lava y allí lo encontré. En efecto, anoche fuí su asesina y capturé para ella el alma de mi víctima. Es propio de mí torturarme con la idea de cómo lo hice y es propio de ella seducir mi llanto mostrándome en el agua, mis actos. La odio entonces. La mataría siempre. Pero ella ya está muerta...

Amanece en la grieta a la par que mis huesudas manos presienten mi fin. Han pasado demasiados años de locura, de médicos, de psiquiatras, de muertes, de culpas... Amanece y mi muerte está presente en el aire, sé que hoy ella me robará el alma para conservarla en uno de sus frascos y que no tendrá piedad de mí. Lo estoy deseando, ansío que acabe ya, ansío poder ser libre y descansar al fin. Pero ella posa su mano en mi hombro y me susurra que las súplicas y gritos de la gente a la que maté me acosarán más allá de la muerte, porque ella no conoce la piedad. Mi rostro desencajado es salpicado por las lágrimas que emanan de mis ojos y también, por las gotas de mi propia sangre, que ha brotado de golpe de mi pecho. "Te arrancaré el corazón para mostrarte sus latidos justo antes de tragármelo crudo". Eso fue lo que me dijo aquel día en el bosque cuando, sin quererlo, tropecé con un pequeño frasco de cristal negro semioculto en la maleza y del cual, al abrirlo, se liberó la bestia y me convirtió en su esclava.

Y de todas las mentiras que durante toda mi vida dijo, ésta fue la única que era de verdad.

2 comentarios:

Athena dijo...

Un poco tetrico pa mi gusto, pero ya sabes que me gusta como escribes..
Besitos wapa!

Verónica Calvo dijo...

Lo tengo que leer con más calma porque tiene mucha tela este relato.